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Compartir en Facebook Compartir en Twitter Compartir en LinkedINLa afectación del cambio climático sobre los cultivos, junto a la creciente demanda de productos consecuencia del crecimiento de la población, exigen nuevas formas de abordar la agricultura. Una de las propuestas más prometedoras son las granjas verticales, grandes extensiones de cultivo de plantas dentro de edificios denominados farmscapers, que funcionan con la mayor eficiencia energética.
Eso es posible utilizando la energía LED (Light Emiting Diode, diodo emisor de luz) como herramienta de fotosíntesis y su cultivo en hidropónico (en una solución mineral, en lugar de en suelo agrícola). A su vez, se consigue reducir un 95 % el consumo de agua con respecto a un cultivo tradicional. Además, la automatización del big data evita depender de las inclemencias climáticas y tener varias cosechas al año de productos de calidad y cercanía. Sin embargo, las críticas a este sistema surgen de la desvinculación de la agricultura del entorno rural.
Uno de los proyectos más emblemáticos es Aerofarms, en Nueva York: desde un edificio de 6.500 metros cuadrados se producen 900 toneladas de verduras de hoja al año. Europa tiene ya varios planes señeros en agricultura vertical y, en el caso de España, este novedoso sistema empieza a dar los primeros pasos. Entre sus grandes impulsores se encuentran gigantes tecnológicos como Google o Tesla, así como países de Oriente Medio.
Reducir la contaminación de los suelos es otro de los objetivos del programa Horizonte Europa, que fija como meta la reducción de pesticidas y fertilizantes en los cultivos del continente.
Gemma del Caño, experta en I+D e Industria, recuerda que, en general, los fitosanitarios son necesarios para evitar plagas o microorganismos que estropeen la producción, por lo que hay que intentar que contaminen lo menos posible. “Sería fantástico no tener que utilizar ninguno, pero eso va a llevar tiempo”, explica. “También es muy importante diferenciar entre los problemas que pueden provocar en su entorno laboral –dadas las investigaciones recientes sobre el riesgo de cáncer de los trabajadores agrícolas al entrar en contacto con ciertos herbicidas– y los que llegan al consumidor, que nada tienen que ver. Hoy podemos decir que los fitosanitarios no están en los alimentos en cantidades perjudiciales para las personas”, remacha.
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